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VIRGILIO.
LIV.

Fué uno verle y ponérsele delante:
«¿Tú á echar las bases de Cartago atento?
¿Tú ornando esta ciudad, postrado amante?
¿Tú de tus hados sordo al llamamiento:
Pues díme—que de Olimpo radiante
Me envía á ti por sobre el raudo viento
El que el mundo gobierna y las esferas—
¿Qué es lo que en Libia descuidado esperas?

LV.

»Que si no te da impulsos la memoria
De tus altos destinos, ni te afanas
Por ceñirte el laurel de la victoria,
Mira á Ascanio crecer: las italianas
Comarcas son su herencia; allí su gloria
¿De un hijo harás las esperanzas vanas?...
Calló, y la vista deslumbrada deja,
Y cual sombra en el aire huye y se aleja.

LVI.

Quedó Enéas absorto, híspido el pelo,
Hecha un nudo la voz en la garganta.
Ya en dejar piensa aquel amado suelo,
Que la divina inspiracion le espanta.
Mas ¡duro trance! ¡amargo desconsuelo!
¡Ir á anunciar que el áncora levanta
A aquella que por él de amor fallece!...
Cómo, no sabe, ni por dónde empiece.