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á la antigua con la moderna. Allí hubo siempre quien recordara con hechos repetidos el consorcio indisoluble que hasta por razón del idioma debe existir entre las letras latinas y las contemporáneas. Y de aquí, probablemente, nace también el esmero con que en Nueva Granada se defiende contra las invasiones extranjeras y los malos usos locales la integridad de la lengua heredada. «Mirar por la lengua, dice un bogotano, vale para nosotros tanto como cuidar los recuerdos de nuestros mayores, las tradiciones de nuestro pueblo y las glorias de nuestros héroes; y cuando varios pueblos gozan del beneficio de un idioma común, propender á su uniformidad es avigorar sus simpatías y relaciones, hacer de ellos un solo pueblo»[1].

Nuestro traductor de Virgilio piensa á este respecto como su compatriota, á punto que al leer sus excelentes versos, nos sentimos transportados al afamado siglo de oro de la literatura castellana. Campea en ellos un respeto llevado hasta el arcaísmo por las formas sintáxicas y los vocablos predilectos de Herrera y de León—achaque perdonable y aun meritorio al trasladar al castellano la obra de un antiguo, porque así parece la imitación más cercana al original. Pero si las produc-


  1. Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, por Rufino José Cuervo. Bogotá, 1867-1872. Un v. in 8.º, de 527 páginas.—(De esta obra ha salido á luz en este año en Bogotá, una 3.ª edición, considerablemente aumentada.)—El Editor.