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ENEIDA.
LXVI.

»Ardo á su voz: el corazon me inflama
No sé cuál Dios ó aliento sobrehumano:
Do la ira impele, do el rumor me llama
Corro el hierro á arrostrar y el fuego insano.
Á la luz vaporosa que derrama
La blanca luna, de Ífito el anciano,
De Hípanis, de Dímas y Rifeo,
Que se me allegan, los semblantes veo.

LXVII.

»Corebo, el hijo de Migdon, partido
Tomó tambien, y se nos puso al lado:
Estaba en Ilïon recien venido,
Con pasion de Casandra enamorado;
Y de Príamo yerno prometido,
Su espada nos brindó como alïado.
¡Ay! ¡cuán diverso su destino fuera
Si á la inspirada profetisa oyera!

LXVIII.

»Yo así á todos les dije en el momento
Que en órden los vi puestos de pelea:
«¡Mancebos de alma grande, que de aliento
»Heroico, pero estéril, se rodea!
»Si seguir pretendeis mi osado intento,
»Igualad el peligro con la idea:
»Los Dioses que este reino custodiaran
»Hoy altares y templos desamparan.