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VIRGILIO.


CXXXVIII.

Así que á los destellos renacientes
De la razon, la nube se retira
Que le envolvió en horrenda noche, ardientes
Los globos de sus ojos rueda, y mira
Con demudada faz los eminentes
Muros desde su carro. En roja espira
Ve el fuego que tablajes señorea
Y al cielo enderezado libre ondea.

CXXXIX.

Turno mismo, de sólida madera,
Con altos puentes guarnecida, alzara
Trabada torre; de ella se apodera
Aquel voraz turbion. «¡Hermana cara!
¿Ves, ves,» clama el cuitado, «que doquiera
El hado nos arrolla? Me pesara
Que en cerrarme insistieses el camino
Que un Dios señala y mi cruel destino!

CXL.

«¡Allá! ¡no más tardanzas! ¡Mano á mano
Lucharé con Enéas! ¡Con la muerte
Cuanto hay de acerbo á padecer me allano!
¡Trocar déjame en gloria este ocio inerte,
Y arder, miéntras aliente, en fuego insano!»
Dice, y salta veloz del carro, y fuerte
Entre hombres y armas por el campo embiste,
A Yuturna dejando muda y triste.