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ENEIDA.


LXXXVII.

Mas el héroe tardanzas no consiente:
De acá y de allá á la pierna sobrelaza
Las grebas de oro, él mismo; ase impaciente
De la fulmínea lanza, la coraza
Viste, toma el broquel resplandeciente;
Y las armas tendiendo en torno, abraza
Y fugaz por el yelmo besa al hijo:
«De mí firme virtud, teson prolijo,

LXXXVIII.

«Quiero que aprendas; de dichosa suerte
Otros,» le dice, «te darán lecciones.
Hora vuelo en la lid á protegerte,
Voy á guiarte á sus preciados dones:
Cuando llegues á edad adulta y fuerte
Recoge mis gloriosas tradiciones,
Y de ellas memorioso, Ascanio mio,
Sigue á Enéas tu padre, á Héctor tu tio!»

LXXXIX.

Dicho esto, por las puertas dilatadas
Blandiendo el asta enorme, giganteo
Arrójase adelante: sus pisadas
Mnesteo sigue, síguelas Anteo.
Hé aquí de los reales á oleadas
Toda la turba desbordarse veo;
En ciego polvo el ámbito se cierra,
Y herida de los piés treme la tierra.