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ENEIDA.


LXXXI.

Remángase la veste el buen anciano
Al uso de Peon; y con discreta
En balde aplica y diligente mano
Hierbas divinas de virtud secreta;
El encarnado hierro tienta en vano;
Con tenaza mordaz tal vez lo aprieta.
¡Ah! no da el almo Apolo traza alguna,
Ni encamina el conato la Fortuna.

LXXXII.

Y ya el pavor invade el campamento,
Espantosa amenaza se aproxima,
En polvo se condensa el firmamento,
Tropel de caballeros se oye encima;
Ymil dardos y mil cruzando el viento
Van doquiera á caer, y ponen grima
Al par de combatientes y de heridos
Voces de rabia y de dolor gemidos.

LXXXIII.

Vénus, en tanto, del afan movida
Que el corazon materno le atormenta,
Díctamo coge en el cretense Ida—
Hierba que allí lozana se presenta,
De pubescentes hojas revestida;
Flores la cubren de color sangrienta,
Ypace de ella la silvestre cabra
Si cruda flecha su espinazo labra.