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ENEIDA.


XXVII.

Cada cuál á su sitio vuelve, y mudos,
A una seña obedientes, en el suelo
Hincan lanzas y arriman los escudos.
Las madres ya, con zozobrante anhelo,
Y los ancianos, de vigor desnudos,
Y plebe inerme, á presenciar el duelo
Agólpanse á los techos y á las yertas
Torres, ú ocupan las altivas puertas.

XXVIII.

Juno en tanto, de vivo afan llevada,
Se ha posado en la cima del Albano—
Monte sin nombre á la sazon, pues nada
Al sitio daba gloria;— y sobre el llano
Solícita dirige la mirada,
Registra el horizonte, y el troyano
Ejército á la vez y el laurentino
Contempla, y la ciudad del rey Latino.

XXIX.

Tornóse áhablar la Diosa de repente
A la hermana de Turno: semidea
Que, puesta de aguas dulces á la frente,
Tal vez en limpio estanque se recrea,
Tal en sonora despeñada fuente:
El alto Rey que el éter señorea
Su virginal honor robado habia,
Y premióla con esta primacía.