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VIRGILIO.


XVIII.

Dice, y va á su mansion. ¡Con qué alegría,
Pidiendo sus caballos, ve que atentos
Bufan ante él con noble bizarría!
Blancos cual nieve, rápidos cual vientos
A Pilumno ofrendólos Oritía.
Aurigas les cortejan: los contentos
Pechos la palma en hueco són golpea,
Y el crin les peinaque revuelto ondea.

XIX.

Ensáyase á los hombros la coraza,
Toda de oro erizada y de blanquizo
Oricalco; el escudo fino embraza;
Prende la espada y el creston rojizo:
Espada aquella de divina traza
Que el Dios del fuego por sus manos hizo,
Candente la templó en la estigia ola,
Y al padre Dauno él mismo reservóla.

XX.

En medio al edificio puesto habia
La recta lanza contra gran coluna:
Arrebátala airado—arma que un dia
Ganó al aurunco Actor su alta fortuna—
Y en furibunda voz: «¡Vén, lanza mía,
Nunca sorda á mis votos! Oportuna
Ocasion es llegada: Actor el grande
Ya te supo blandir; Turno hoy te blande!