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ENEIDA.


CLXXIV.

La tumba de Derceno, de Laurento
Antiguo rey, del monte al pié se empina
En que Ópis vigilaba, monumento
De amontonada tierra, que una encina
Con sombra amiga cubre. En un momento
Su vuelo gentilísimo declina
Agil la Diosa allá, y en lo alto puesta
A Arrunte busca con mirada presta.

CLXXV.

Con su marcial espléndido atavío
Marchar le ha visto, en vanagloria hinchado;
Y «¿A dónde, á dónde vas con tal desvío?
Revuelve,» dice; «¡aquí te llama el hado!
Matador de Camila, yo te fio
Que llevarás el galardon ganado;
A tí, tambien á tí se ha dado en suerte
De armas divinas recibir la muerte!»

CLXXVI.

Y habiendo del carcaj, que deoro es hecho,
Sacado una saeta alada, apunta
No sin ira la Ninfa, á largo trecho
Tendiendo el arco, hasta que comba y junta
Entre sí los extremos ante el pecho,
Y, ambas manos en línea igual, la punta
Tocando está del hierro con la izquierda,
Y el seno conla diestra y con la cuerda.