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ENEIDA.


CLXVIII.

Ser llegada sintió su hora postrera,
Y á Acca se vuelve, de su corte dama,
En leales afectos la primera,
En cuya fe su corazon derrama.
«¡Acca!» dice, «¡mi dulce compañera!
Ya se acabó de mi vivir la llama,
A esta llaga no esperes que resista;
¡Toda es en torno oscuridad mi vista!

CLXIX.

»Vé, y dí á Turno mi anhelo postrimero:
Que ocupe mi lugar, y á los Troyanos
De la ciudad repela.—¡Adios! ¡yo muero!»
Calla, y huyen las riendas de sus manos;
Fria ya, desmayado el cuerpo entero,
Sucumbe renunciando á esfuerzos vanos,
Y el blando cuello y la sagrada frente
Reposa al fin la virgen falleciente.

CLXX.

Al reino de las sombras con gemido
Huyó el alma indignada. En tal momento
Se alza del campo unísono alarido
Las estrellas á herir del firmamento,
Al caer la heroína, más reñido
Empéñase el combate. Ciento á ciento
Embisten á una vez con altas voces
Teucros, Tirrenos, Arcades veloces.