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VIRGILIO.


CLXV.

A recibir acuden á porfía
A la Reina temblando sus doncellas.
Con mezcla de terror y de alegría
Se hurta, ante todos, á la vista de ellas
Arrunte desalado: ya no ansía
Astuto perseguir ajenas huellas;
Sin que de más que de escapar se acuerde,
En medio del tumulto huye y se pierde.

CLXVI.

Así aquel lobo que en el campo deja
A un gran novillo, ó al pastor, sin vida,
Cobarde al punto del lugar se aleja,
El alcance temiendo, en presta huida;
La conciencia del hecho audaz le aqueja;
Medrosa bajo el vientre recogida
Vuelve la cola, y sin mirar por dónde
En marañada selva entra y se esconde.

CLXVII.

Entre tanto la virgen moribunda
Arranca con la diestra el dardo hundido;
¡En vano! entre los huesos con profunda
Llaga se ceba el hierro encrudecido.
Sombra de muerte su mirada inunda,
Fáltale ya la sangre y el sentido,
Y la color que tuvo purpurina
Desaparece de su faz divina.