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ENEIDA.


LXXXIV.

«Luégo, que amenazante le intimido
Simula, y es el miedo de la muerte
De que astuto se ostenta poseído,
Nueva ponzoña que en sus tiros vierte.
Jamás esta mi diestra, fementido,
—Escucha en paz; no has, no, por qué moverte—
Esa alma vil te arrancará del pecho
Donde su nido y su morada ha hecho!

LXXXV.

»A tí y á las consultas que propones,
Ahora, oh Padre, la atencion convierto.
Si nada de tus fieles campeones
Aguardas ya, si la esperanza ha muerto,
Si nunca la Fortuna á dar sus dones
Volvió, cuando en la guerra el desconcierto
Pudo una vez señorear las almas,
Tendamos luégo las inertes palmas,

LXXXVI.

»É imploremos la paz;—aunque ¡ah! si hubiera
Algun resto en nosotros todavía
De la virtud antigua!... ¡yo dijera
Entre todos egregio en bizarría,
Y en la coronacion de su carrera
Feliz, al que dejó la luz del dia
De una vez, por no ver tamaña afrenta,
Mordiendo él polvo de la lid sangrienta!