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ENEIDA.


LXXII.

«¡Dé libertad de hablar, y enfrene el vuelo
A su orgullo, el fatal ductor que hace
Con funestos auspicios—sí, dirélo,
Y siquiera de muerte me amenace!—
Tanto prócer caer, y sume en duelo
A la ciudad, miéntras con pié fugace
Del enemigo campo se desvía
Y al asordado cielo desafía!

LXXIII.

«¡Ojalá que esa espléndida embajada,
¡Oh el mejor de los reyes! y esos dones
Muchos y grandes que enviar te agrada,
Con uno solo y principal corones!
No del justo dictámen te disuada
Rebelde encono de émulas pasiones:
Da tu hija en digna boda á egregio yerno,
Y afirma así esta paz con lazo eterno!

LXXIV.

«Vamos á él mismo á suplicarle, empero,
Si tanto miedo embarga á los Latinos,
Que ceda, y deje al Príncipe su fuero
Natural ejercer, y los destinos
Comtemple con piedad de un pueblo entero.
—Tú, sola causa á nuestros males, dínos,
¿Los tristes ciudadanos de esa suerte
Arrastrarás de nuevo á horrenda muerte?