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ENEIDA.


LXXXIV.

Y á Estenio, y á Anquemolo, de la gente
De Reto antigua originario, embiste,
El cual de la madrastra osó impudente
Manchar el lecho, y hoy á Turno asiste.
Al filo de su acero juntamente
Caiste tú, Laride, y tú caiste,
Mísero Timbro, en los rutulios llanos:
Hijos de Dauco, idénticos hermanos.

LXXXV.

¡Cuán dulce el confundir los dos gemelos
Fué á sus padres! Con arma hora los pide
Que el suyo le ciñó, Palante; ¡y hélos,
Qué atroz desemejanza los divide!
Pues rodó tu cabeza por los suelos,
¡Oh Timbro! y dueño busca en tí, Laride,
Semiviva tu diestra cercenada,
Y áun los dedos crispando, ase la espada.

LXXXVI.

Sigue Palante, y penetrando el viento
Con un fiero lanzon que á Ilo dispara,
Clava á Reteo, que á la fuga atento
Su carro de dos potros alanzara
En medio á éste y aquél. Por un momento
Ilo así, sin pensarlo, el golpe pára;
Cayó el otro, y asurcan sus talones
El campo de las rútulas legiones.