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VIRGILIO.


LXXXI.

»¡No hay Dioses en la lid! somos mortales,
Y es mortal el contrario que os aterra;
Brazos tenemos y ánimos iguales.
O á Troya ó á la mar: la mar nos cierra
El paso con sus moles colosales;
Troya nos llama; efugio no hay por tierra;
Amigos, elegid sin más tardanza!»
Dice, y entre el tumulto se abalanza.

LXXXII.

El primero en ponérsele delante
(A quien mala ventura su ruina
Aconseja) fué Lago: en el instante
Que un gran guijarro á desraigar se inclina,
Venablo duro voleó Palante,
E híncaselo allí donde la espina
Por medio las costillas demarcaba;
Ya adherido á los huesos, lo desclava.

LXXXIII.

Miéntras él á cobrar el arma atiende,
En venganza se arroja y en relevo
Del muerto amigo, Hisbon, y airado emprende
Sobrecoger el árcade mancebo.
Inútil fué su arrojo; le sorprende,
Mal prevenido contra golpe nuevo,
Palante, revolviendo de contado,
Y húndele el hierro en el pulmon hinchado.