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VIRGILIO.


LXIX.

Veis á Faro, que voces da impotente;
Enéas crudo acero hunde en su boca.
Y tú, Cidon, que el blanco más reciente
Sigues de tu pasion de mozos loca
Siguiendo á Clicio, á quien la faz riente
Temprana edad de blando bello toca,
Tambien á golpes de dardania mano
Allí yacieras con tu ardor vesano;

LXX.

Mas no; que cuando herirte se promete
Aquella mano, en ala en torno densa
Los siete hijos de Forco dardos siete
Lanzan, cada uno el suyo, en tu defensa:
En el divino escudo y el almete
Parte rebotan sin causar ofensa;
Parte van á la piel, y entrado habria
El hierro, cuando Vénus lo desvía.

LXXI.

Y al fiel Acátes vuelto dijo Enéas:
«¡Oh! dame, dame el arma que solia
Los cuerpos erizar de las aqueas
Postradas huestes en mi patria un dia,
Y á fe que contra Rútulos no veas
Golpe con ella errar la diestra mía!»
Dice, y á la venganza lisonjero,
Fornida lanza toma al escudero.