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VIRGILIO.


LVII.

Oyó la voz que el entusiasmo exhala
Pasmado el sitiador, que tal no espera;
Hasta que, á ver tornando, mira en ala
Las popas arrimarse á la ribera
Y que en velas envuelto el mar resbala.
Ardele al héroe la gentil cimera,
Ígnea lengua en el aire es su garzota,
Y el escudo de oro incendios brota.

LVIII.

Así tal vez en noche vaga y pura
A los mortales pechos amedrenta
Fúnebre desatando allá en la altura
Cometa asolador su crin sangrienta;
Y así tambien terrífico fulgura
Fogoso Sirio en estacion sedienta,
Y de hambre y peste amenazando al suelo
Con su présaga luz contrista el cielo.

LIX.

Turno audaz áun por eso no desmaya;
A los que llegan repeler emprende
Antecogiendo la interpuesta playa,
Y así en su ardor los ánimos enciende:
«¡Mancebos! de las manos no se os vaya
La ocasion codiciada que os atiende:
En campo abierto, igual á cada parte,
Ya, ya podemos reducir á Marte.