Página:Eneida - Tomo II (1905).pdf/193

Esta página no ha sido corregida
394]
135
ENEIDA.


LXXXI.

Caballos siente, oye el tropel, escucha
De horda perseguidora el alto aullido;
Ni de tiempo medió distancia mucha
Cuando nuevo clamor hiere su oido,
Y á Euríalo distingue, que relucha
En vano, de contrarios sorprendido:
Turbóle senda ambigua y sombra ingrata;
Y fuerza superior ya le arrebata.

LXXXII.

¿Cómo será que al mísero liberte?
¿Con qué armas defender podrá al amigo?
¿Entre heridas buscando honrosa muerte,
Arrojaráse en medio al enemigo?
¿Qué hará? Blande un astil con brazo fuerte,
Y á la Luna tomando por testigo,
Que alto su carro á la sazon regía,
En voz sumisa esta plegaria envia:

LXXXIII.

«¡Honor de los celestes luminares,
Custodia de los bosques, sacra Luna!
Si á Hírtaco, mi padre, en tus altares
Poner viste en mi nombre ofrenda alguna;
Si, cazador en selvas seculares,
Tu gloria acrecenté con mi fortuna
Tus bóvedas colgando de despojos,
Compasiva á mi afan vuelve los ojos!