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ENEIDA.


XLV.

»Mande á la tierra;—ú honras, y, vacía,
Me dedique una tumba, si es que fiera
Niega aquello la suerte... ¿Y yo sería
Quien, causando fracaso igual, hiriera
El tierno pecho de una madre pia
Que, excepcion entre ancianas, va doquiera
Siguiéndote, garzon, en nuestras huestes,
Y el regio hospicio despreció de Acéstes?»

XLVI.

«Vanas razones en tejer porfías,»
Interrumpe el intrépido mancebo:
«Abreviemos el paso; no en mis dias
Me apartarás de la intencion que llevo.»
Y diciendo, despierta á los vigías,
Que por órden acuden al relevo.
Sigue Euríalo á Niso; á andar empiezan,
Y al príncipe los pasos enderezan.

XLVII.

Por los campos los otros animales
Ya anegaban en sueño sus cuidados
Y la ingrata memoria de sus males.
Trataban á ese tiempo, congregados,
De la ardua situacion los principales
Caudillos y la flor de los soldados:
¿Qué haremos, dicen, en angustia tanta?
¿Quién hácia Enéas moverá la planta?