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ENEIDA.


CXXIII.

Reconocido el adalid y ufano
Por la honra excelsa y recibida gracia,
El tesoro contempla soberano
Y la vista sobre él gozosa espacia:
Las piezas, ya en el brazo y ya en la mano,
Revuelve, y de mirarlas no se sacia:
La espada incontrastable, la garzota,
El yelmo aterrador que incendios brota.

CXXIV.

Ya en la enorme loriga brilladora,
Recia en el bronce, en el matiz sangrienta
Como nube cerúlea á quien colora
Fogoso el sol, los ojos apacienta;
Ya de Jas pulcras grevas se enamora,
De electro y oro que al más fino afrenta;
La lanza admira, y el labrado escudo,
Que humano idioma describir no pudo.

CXXV.

Los ítalos orígenes, las glorias
En él grabó de la romana gente,
No desconocedor de las historias
Venideras, el Dios ignipotente:
De Ascanio y su linaje las victorias
Dispuso de uno en otro descendiente,
Y tanta famosísima batalla,
Quien contempla el escudo, en órden halla.