Ruedas labran al carro en que alborota
Al mundo el Dios que guerras siembra y llamas;
Y á Pálas más allá, broquel y cota
En que esplenden auríferas escamas,
Tersan tambien, donde el que mira nota
De hidras feroces peregrinas tramas
Y, apto á que el pecho á la deidad defienda,
Segado vulto de mirada horrenda.
«Alzad,» dijo llegando el Dios herrero,
«Cuanto empezado habeis, Ciclopes mios;
Alzad; y atentos escuchadme: quiero
Armas para un varon de grandes bríos.
Manos pujantes y exquisito esmero
Aquí todos poned, y aquí lucios
De magistral destreza haciendo alarde:
Sús! la obra empiece, y en salir no tarde!»
Dice; y al punto la labor partida,
A ella corren con ímpetu ligero:
Bullen torrentes de oro; se liquida
En la ancha fragua el llagador acero:
Y escudo ingente, impenetrable egida
Que contraste al latino campo entero,
Al paladino los Ciclopes trazan
Con siete discos que entre sí se abrazan.