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LA MUJER



Yo no creo y nunca he creído en la identidad de la fun- ción individual y social del hombre y de la mujer, y algún buen fundamento debe tener esa ercencia contando como cuen- ta con el apoyo notorio de los siglos, autecedente que por sí solo bastaría para reconocerla de execpcional firmeza. No obs- tante. conviene abordar con un sentido más actual la eues- ión.

La organización social evoluciona, debiendo la función de individuos y colectividades adecuarse a la satisfacción de las necesidades específicas de su época y de su medio ambiente. A tal efecto, no son lo mismo, por cierto, una edad ingenuamen- te patriareal y una era de rudo industrialismo. Si la vida so- cial se halla medalarmente circunseripta a la vida de la fa- milia, de la tribu, de la gens, la mujer no tendría más misión que la que tuvo en las organizaciones primitivas: su existen- cia es de hogar, íntima, de aeción puramente nuclear, sin ex- travasasienes que, evidentemente, resultarían inútiles por lo menos.


Pero hoy, la organización social, de entraña económica eru- damente preponderante, ha inducido a movilizar todos los ele- mentos de la actividad humana, animal y mecánica: cuanto más numerosc3 esos elementos, mejor, pues que cl triunfo per- teneccrá lógicamente al que sume mayores fuerzas disciplina- das y eficientes de producción. Y ese concepto, predominan- te hasta la tiranía—tiranía cada vez más implacable—ha dado origen y difundido el otro, entre muchos más, de la moviliza- ción de la mujer y, así, la mujer ha sido atraída hacia el ex- terior de su natural santuario y se ha ido saliendo poco a po- co a la calle para entrar al oficio, al taller, a la fábrica, a la burocracia, a la profesión, a las agitaciones llamadas de- mocráticas, a las tribunas, al comicio, al cargo público, a to- das partes en fin, como que el éxodo viene motivado por el prurito económico y fundado en el concepto, exiguo y sub- «alterno, de la identidad funcional y, por consiguiente, produe- tiva de la especie.

Horabre y mujer, ya no son, entonces, su mutuo comple- mento; no son dos en uno solo, sino cuerpos emancipados, to- da vez que por cualquier concepto son iguales y, en eonsecuen- cia, factores de recíproca sustitución, doctrina perturbadora que los convierte fatalmente en rivales en lugar de mantener- los asociados en la obra humana, cada cual con su aporte tan


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