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los hay también de mediana capacidad, algunos muy inferiores, hasta nulidades. Así las bay entre las mujeres: superiores, de eran talento, mediocres y también basta inservibles — (según mi teoría el espíritu viene del padre, el cuerpo de la madre: «ue si hay inferioridad en cualquiera de los sexos, nos viene del padre).

A nadie se le ha ocurrido quitarles los derechos civiles con- seguidos desde siglos, a estos hombres cuya mentalidad es neu- tra, y no tienen de hombres más que el nombre. ¿Por qué no tratar de darle a la otra mitad de la humanidad, formada por mujeres, los mismos derechos que a los hombres?

El hombre antifeminista, es, en su fondo, un temeroso, por- que tiembla de que si las mujeres consiguen los derechos elvi- les, él pierde infinidad de ventajas, las que desde siglos sólo ha gozado en detrimento de éstas.

Nunca he podido comprender, aunque mis años ya pasan de medio siglo, que pueda existir un espíritu completamente nor- malmente equilibrado, sea masculino o femenino que esté sin- ceramente conveneido de la. inferioridad de la mujer, y, por consiguiente, de los “menos derechos” a que tenga razón de rretender a obtener y a disfrutar.

Analicemos: ¿En qué consiste esta “soic-disent” inferioridad de ia mujer? ¿Un la menor fuerza física? Yo digo: que tam- bién los hay muchos entre los hombres, como las hay mujeres fuertes. Mucho contribuye nuestra educación, y en cierto gra- do el instinto de la conservación de la raza. Dios ha puesto una fuerza física de lo más concentrada en la mujer, para realizar ciertas funciones, que causan admiración, pues son casi sobre- mmanas. Las reserva y las concentra para la maternidad, obra más sublime. Lia más frágil de las mujeres realiza este esfuer- zo tan inmenso, que no existe hombre que pueda comparar sus actos de mayor esfuerzo físico al de aquél. Comprenden los nombres por iastinto aquella ley divina: que las mujeres no son hechas para gastar sus fuerzas en trabajos brutales, para conservar éstas para las maternales; este hecho no las hace inferior en valor físico, pues mientras menos trabajo pesado puedan realizar ellas personalmente, producen, en recompensa, fuerzas nuevas en vidas que de ella emanan.

Mis reflexiones me han sugerido a veces comparar al hombre con Dios-Padre. Creo, realmente, que el hombre tiene de Dios; sólo así se hace Padre, y cuando con nobleza erea, sigue una