LA MUJER
A A
Hay quien ve en estas ideas una utopía incompatible con la misión sagrada de la mujer, que es la maternidad y el cuidado de los hijos. Semejantes temores son del todo pueriles. No es concebible que el hecho de votar una o dos veces por año haga perder a las mujeres sn vocación natural e irresistible por la vida del hogar. En muestro país ha sido necesaria una ley para obligar a los hombres a ejerecr sus derechos electorales, y no hay motivo que permita pensar que las mujeres han de demos- trar mayor interés que los hombres en asuntos políticos.
Un hecho que importa enormemente tener en cuenta es el gran número de mujeres que jamás contraen matrimonio, y en- tre esas mujeres hay muchas que por su corazón grande y ge- neroso, por su magnífica inteligencia, por su altruista devoción a los interesez colectivos, tendrían su lugar señalado en nues- tros recintos legislativos y al frente de nuestros gobiernos, con más elemental justicia y más genuino provecho para la patria que muchos hombres, cuyo único móvil es la ambición perso- nal. Bajo cualquier faz que se analice el problema, la desigual- dad jurídica de los sexos es un constante desafío a la más evi- dente justi
Cuando la nrujer tenga exactamente los mismos derechos que el hombre, se disipará para siempre el prejuicio de la inferio- ridad femenina. La igualdad de los sexog traerá el verdadero respeto hacia la mujer. Honrada y respetada, la mujer adqui- rirá uza confianza en sí misma que le permitirá llevar a un grado máximo su influencia en la sociedad. Apoyada en una educación siempre más amplia y perfecta, la mujer será la aliada natural y la colaboradora eficaz de todos los reformado- res enamorados de la libertad y sedientos de justicia. Entre las mujeres, dignificadas por la conciencia de la libertad conquis- tada al fin, encontrarán los apóstoles de las grandes transfor- maciones sociales sus mejores y más convencidos discípulos.
Urge dejar libres de trabas las inmensas fuerzas del idealismo femenino.
cla.
A, Orzábal de la Quintana.
me Bd aia
