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LA MUJER E


Provenza; con Isabel de Castilla sacaban hilas para los heri dos y con Juana de Arco manejaban la lanza y la rodela, sir- ven, ogaño como antaño, y como siempre, para prender una rosa, vestir al niño, cuidar al enfermo y ganarse el pan en la faena cotidiana. Convengamos, ya que el momento es oportuno, en que ello ha de ocurrir mediante una expresa e imprescindible condición: la de que la mujer ha de seguir siendo ante todo y por sobre todo, muy mujer. Nada de excentricidades en el ve: tir, ni de dislates en el pensar, ni de aberraciones en el sentir; el espíritu femenino, discreto, medido y prudente ha de flotar como un halo perfwvado y fulgurante sobre el libro de ciencia, el aparato de investigación, el atributo de arte, el instrumento de labor; la caricatura de la sufragista, los gestos hombrunos, la frase destemplada o gruesa, no deben reemplazar las delicade- zas innatas de su sexo, y ya sea personaje ilustre, ya sabia no- table, ya estadista, va industrial, ya funcionaria, veamos en ella la hija, la esposa o la madre cuyos cargos y dignidades termi- nan donde comienza el sagrado del hogar doméstico. En éste, que sea ella la reina y señora, la madre, la esposa u la hija que resumen cel encanto de la familia, la providencia de los su- yos y el sustentáculo de la sociedad. No la pedimos, pues, sino el culto de los sentimientos que tan bella y amada han hecho siempre a la mujer; mientras ella los conserve y guarde siem- pre su feminidad como flor de fragancia angélica, el hombre la verá sin temor y sin recelos buscar nuevas rutas y tender sus alas hacia otros horizontes; lo que hoy le hace oponerse a ello es, nada más, el recóndito, el callado temor de perder la pre- ciosa mitad que la Naturaleza preyisora puso en su vida para Tortalecerle, complementarle y engrardecerle. Y perderia en na atrofia del sentimiento que haría de ella un ser híbrido, di- vorciado de lo más grande que la existencia encierra: el azaor.



Lola $. B. de Bourguet.

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