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LA MUJER



pectáculo poco edificante, que no resisto al deseo de referir, acaso porque aliento la lejana esperanza de que, siendo cono- cido, encuentre en la difusión el remedio,

Era una chata baja, arrastrada por un pobre caballejo. Iba cargada con varias cajas de hierro. Al llegar a una esquina, por exigencia del tráfico, a esa hora intenso, dos de la tarde, hubo de detenerse.

El pavimento de asfalto estaba mojado. Cuando se trató de arrancar nuevamente, el animal, azuzado por el látigo del conductor, hizo un esfuerzo, no pudo afirmarse, resbaló y cayó.

Esta escena es común en el centro; pero siempre que ella se produce, el público se detiene y contempla.

Tampoco esa tarde faltó público y tampoco, dentro del pú- blico, el inevitable socio de la Protectora. Diligente, se lanzó a la ealzada. Obligó al carrero a deseender de su pescante, y ambos se pusieron a la tarea de desatalajar a la bestia caída, a fin de facilitarle que se levantara.

Tras algunos esfuerzos, el objetivo estaba conseguido; el caballo otra vez en pie. Hice observar entonces, antes que le prendieran los tiros, que le sangraba el pecho.

Efectivamente, quitada la pechera, pudo comprobarse que le había producido una “matadura”.

¿Qué hacer? La carga había que levarla. ¿Traer otro ani- mal? Era perder tiempo. ¿Traer otra pechera, dado que esa lastimaba?... Muchas cosas, todas adecuadas, podían haberse hecho.

¿Lo que se hizo? Simplemente, poner una bolsa sucia, do- blada a modo de almohadilla, entre la herida y la pechera, y seguir viaje.

No les parezca a las señoras feministas, ya saben a las que me refiero, un sacrilegio. Es la bolsita áspera y sucia que irrita e infecta la matadura, el pequeño recurso transitori de que se echa mano, cuando, por pereza o por cobardía, no se quiere aplicar con decisión un remedio salvador.

El caso, por lo demás, no es nuevo. Es universal. Hay ances- tralismo en el gesto resignado que nos lleva a enceguecernos, transigiendo con lo que en modo alguno causa molestias. Con- sideramos una fatalidad a todas las tiranías; y la fatalidsd es que nos sometemos a ellas, porque evesta tanto sacudir los bombros w voltear la carga!


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