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LA MUJER


tarán las formas legislativas; hay toda una educación que re- hacer en el hombre lo mismo que en la mujer; las mejores leyes serán insuficientes para protejerla contra su esposo bru- tal o refinadamente cruel, al paso que para las que compren- dan sus deberes toda legislación será supérflua.

Adomás, ¿quién podrá negar que la inferioridad en que hoy es tenida la mujer no sea una gran parte de culpa de ella mis- ma? Que se eleve, que se muestre digna de figurar como com- pañera del hombre, que tome en serio su importante papel de cooperadora en la gran obra de la vida y del trabajo que im- pulsa a las generaciones a la felicidad por el progreso, y en- tonces no habrá más limitaciones que las que le impongan, eo- mo esposa, las restricciones que necesariamente deben existir en una asociación de esa clase, que no está en el poder de na- die destruir sin degradar con ella a toda la humanidad, y las trabas que la naturaleza de su sexo le impone y que son igual- mente indestructibles.

En cuanto al goce de los derechos políticos a que aspira el feminismo sajón y eslavo principalmente, y que ha hallado eco en algunos pueblos latinos, responde a la creencia de que la intervención femenina en los asuntos públicos, permitirá hacer triunfar más fácilmente las anteriores reivindicaciones, que son también las de más vital interés.

La experiencia está demostrando que, en todos aquellos paí- ses donde se ha concedido a las mujeres algunos puestos admi- nistrativos, su influencia se ha hecho sentir inmediatamente como filantrópica y moralizadora en alto grado: como por ejemplo podría citarse la represión del alcoholismo en Suecia o Inglaterra, que sólo ha tenido eficacia desde que las muje- res fueron llamadas a intervenir en ella.

Por nuestra parte, creemos que, cuando en nombre de la equidad el sexo femenino protesta contra la exclusión siste- mática de todo puesto público en que se pretende tenerle, cuan- do pide que se le permita velar por la educación de la infan- cia y la moralidad o asistencia pública, cuando aspira a ocn- par los puestos abandonados al lado del hombre — como cola- boradora inteligente y benéfica — su pretensión es justa y no Puede ser desestimada; pero cuando desea lanzarse a la arena ardiente de las luchas políticas y escalar los puestos que las de- bilidades de su sexo y su misión maternal le vedarán siempre, nos parece ridícula y nos inspira tanta compasión como aque-

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