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LA MUJER

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veces por semana en amena charla, para ofrecérselo a la se- fora matrona — en el caso de necesitarlo, — dejándole tiem- po libre para cuidar de su casa y de sus hijos y formarlos para “el bien y la virtud”, como ella dice, imaginándome se concede- rá que es más posible cumplir así con su deber de buena ma- dre, que no corriendo las calles para obtener una lección o una miserable costura.

Y entre otros muchos, zun hay un argumento que debe tomarse en cuenta, y es la sublevación contra la sociedad cons- tituída, el desvío hacia el mal por la sensación de la injusticia.

Ciertos niños acostumbrados a la atención de los que los rodean, de sus amigos, porque la madre se encuentra obliga- da a buscar costuras o a emplearse en algún escritorio, se ven de improviso repudiados por esos mismos compañeros que los agasajaban, e inevitablemente agriados los caracteres, el odio erece en sus corazones con su lava destructora.

Y si la mujer sola, humilde ante la voluntad de Dios, incli- na la cabeza en el dolor y el infortunio, y hace el sacrificio de todos sus halagos con una santidad que es la verdadera sa- biduría, pero que, desgraciadamente, no siempre se ve, ¿hasta qué punto tiene derecho la madre de no luchar con todas las fuerzas de su ser para evitar que los malos pensamientos ger- minen en los corazones que le son confiados?

Para eso hay que darle medios. Para eso es que los hombres dcben eampartir con ella los cargos fáciles y lucrativos; para que sea buena la débil; para que la madre pueda permanecer junto a los suyos el mayor tiempo posible; para impedir que el mal padre precipite en la miseria su tierno hogar; para que haya ambiciones nobles, abnegadas y recompensadas en el al- ma de las pobres mujeres.


Luisa Israel de Portela.