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LA MUJER


ble para que se encuentre bien en su hogar”.

Perfectamente, señora; tiene usted toda la razón. Puede usted estar segura que enalquiera de esas pobres mujeres que trata usted de deseabelladas, estaría encantada de tener ese ho- gar y ese marido delicado. Ahora, permítame, señora, una pre- gunto: ¿Si ese marido se muere? ¿O si la abandona? ¿O si pasa la vida en diversiones y no lleva un cobre a su casa, ¿qué hace esa mujer sin pan, sin abrigo, sin techo para sus hijos?

La matrona no se da por veneida, y con un énfasis que prue- ba que nunca ba buscado un quehacer, contesta: ¡ Trabaja! Jisa es precisamente la cuestión. ¿En qué y dónde? No hablemos de la mujer que pertenece a la clase obrera, teniendo que entrar de cocinera, costurera o lavandera, abandonando los hijos, qua con el tiempo serán carne de presidio; esperemos que la for- ma admirable en que las mujeres, durante la terrible guerra europea, reemplazaron a los hombres en las faenas reservadas hasta entonces para ellos solos, enaltezca a la obrera y la haga acreedora a lo que merece y le corresponde.

Quiero hablar por el momento de la mujer acostumbrada a un cierto bienestar y de los hijos nacidos en ese ambiente. Cuál es el sueldo medio que gana hoy día esa mujer? Si se hiciera una estadística, se vería que es insignificante, y que ese sueldo no le alcanza para techo, alimento, educación, re- medios y vestidos; es, pues, la miscria. Se me objetará que nadie impide a las mujeres estudiar medicina o derecho. En efecto; pero muy pocas pueden seguir estudios tan áridos y extensos y que, a veces, ecmo los de medicina, son inadecuados u la sensibilidad femenina. Aparte de que la madre que, de la noche a la mañana se encuentra sin recursos, no puede, ma- terialmente, dedicarse a una carrera que le ocasionará gastos y de la que no sacará provecho sino después de muchos años.

Hace poco, precisamente, he leído en un bello libro francés un esso como este a que me refiero. El autor demuestra cómo esta mujer, en medio de sus infortunios, de su incapacidad pa- ra dar a sus hijos lo que necesitan, lo que le piden, lo que es- tán habituados a tener, viendo cerrados todos los caminos por donde podía aspirar a servir de algo a su familia, acaba fa- talmente por perderse, por poner en manos del hombre la paz de su hogar, del hombre que está en acecho esperándola, por- Que es justamente lo que quiere,

¡Y hablan inconscientemente las jóvenes y las señoras de




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