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LA MUJER

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movimiento absurdo que buscara su base fuera de los instin- tos naturales que son a la sociedad lo que el orden el uni- Verso.

Por el contrario, el feminismo es grande, precisamente euan- do se apoya en la familia; he aquí por qué lo defendía Comp- to, para quien la mujer, más hábil que el hombre en mantener tanto el poder intelectual como la voluntad subordinados al sentimiento, es la intermediaria natural entre la humanidad y los individuos, entargada de sostener por su mediación diree- ta y constante, la afección universal que flota en medio de las distracciones y desvaríos del pensamiento y la acción, y que sia ella separan a los hombres de su benéfica influencia.

Nadie puede negar que la mujer ha intervenido siempre y

de una manera activa y apasionada, en todos aquellos movi- mientos de un altruismo más grande y trascendental que en épozas dadas sacudieron al mundo y cambiaron radicalmente la condición de los hombres. , Cuando el Cristianismo, oponiendo su doctrina de benevo- lencia y perdón a la crueldad y a la injusticia del fuerte, le- vantó contra sí el furor de los grandes, la mujer es quien con sus emperatrices lo difunden en los Estados que gobiernan y con sis mártires eleva sobre la materialidad grosera de las exeencias populares, la purísima idealidad de su eredo.

La fuerza representada por ellas, es la que hace exclamar a Libanius al estudiar el por qué de la derrota de Julián el Após- teta en su empeño de volver la sociedad al paganismo: “Qué mujeres tienen estos cristianos!”

Cuando para sacudir la angustia de la tiranía feudal, ante la cual el individuo representa tan poco, en Europa entera se levanta un grito de protesta contra el antiguo régimen, la mu- jer no vacila en ofrecer su seguridad, su patrimonio y hasta su vida, por el rescate de los derechos del hombre, hollados y des- conocidos.

Cuando en los Estados Unidos fué sonada la hora de pre- guntarse hasta cuándo subsistiría la abominable distinción en- tre hombres libres y esclavos, sin que para autorizarla pudie- ra invocarse otra causa que el color de la piel, las mujeres de la Unión fueron las primeras en tomar la defensa del dé- bil, y a una mujer se debe que con su obra “La Cabaña del

mas a Be d OS: Tío Tom”, se iniciara la campaña por abolir esa institución infamante.

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