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XXX
Prólogo

felices que yo conocía tanto, me dió por el momento, no la esperanza, la seguridad de que no nos abandonaría tan pronto.

No así a las buenas almas que se despedían de ella y tenían una más segura certeza del temido desenlace. Y tanto fué así, que no la dejaron marchar sola, sino que quisieron acompañarla hasta su casa. En su compañía fueron hasta que la dejaron en su soledad, en medio del jardín cuidado por sus manos, y entregada al amor de los suyos. ¡Dios bendiga a quienes tanto hicieron sin tener en cuenta que acompañaban á una buena, a una santa amiga! No sabían siquiera cuán nobles, cuán gloriosas facultades se extinguirían al morir aquélla, en quien puede decirse que estuvieron representadas todas las grandes cualidades de la mujer gallega.

Decir ahora cuan amargas fueron las horas de su agonía; hablar de lo que bajo aquel techo de angustias se sufrió por la que soportaba el dolor y por los que la amaban y veían soportarlo, es