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XXIX
Prólogo

Poniente. Un mundo de recuerdos la llenaban, y las involuntarias tristezas, que como ráfagas doloridas pasaban ante sus ojos, se templaban para ella viendo a sus hijas reemplazarla en el mundo. Como se había casado joven, Dios le daba el consuelo de verlas crecidas y ser como un rayo de su misma juventud.

El día que abandonó el puerto, esperando el carruaje que debía conducirla a la estación, se impacientó porque tardaba en llegar. Ocurriósenos que lo mejor era, aunque breve el trayecto, que fuese por mar. Para ella constituyó tal contratiempo un descanso y una distracción inesperada, aunque llena de los vagos temores que acosan a los que tienen su fin ante la vista. Así y todo, el aire y los rumores de la playa animaron su semblante y nunca me pareció más imposible lo que esperábamos, cuando en pie, abierta la portezuela del vagón, iluminando el sol su rostro animado por la fatiga, en medio de sus hijas, joven todavía, sonriente siempre con los que la rodeaban, la despedían y no habían de verla más, esperaba el momento de ponerse el tren en marcha. Un dulce rayo de paz, un soplo de otros días