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XXIV
Prólogo

instintivamente asimilaba cuanto había en lo exterior y le interesaba por modo excepcional. Así sorprendía y expresaba — con el poder de una victoriosa sugestión — los misterios del alma campesina. ¿Quiénes habían sido los que desde lo alto del viejo palacio de la Arreten habían dominado sobre aquellos campos? Lo ignoraba. Sabía que era cosa suya y los ponía a su lado. Ajena a todo género de vanidades, esto le bastaba.

Aun sin ello, cuanto la rodeaba venía a cada momento á hablarla de sus horas felices y de lo que interesaba á su corazón. Recordándola las dichas pasadas y las penas que la atormentaban, unía en su memoria los gloriosos hechos de sus antepasados y el abismo de dolor en que había caído. Y pues aquellas soledades y hombres que las hacían fértiles las veía como cosa propia— en la conmiseración que la inspiraban—, vertía toda su alma. En tan gran piedad envolvió a cuantos sufrían en su tierra las inclemencias del cielo y las del infortunio.

Su obra fué por ello una obra de piedad y de renovación. Aplaudida, amada, es en realidad una