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XIX
Prólogo

austeridades dejaron al mundo el perdurable ejemplo de su santidad, dejó ella entre los suyos el de su valor para soportar las amarguras, las injusticias que hicieron sangrar su corazón. ¿Cómo han de ir las que se llamarían indiscreciones del marido a renovar las mal cerradas llagas, cuando ya goza de la paz de la muerte?

Habrá, sin embargo, quien diga: «Cállese cuanto se refiere a la mujer de su casa; a nosotros nos basta saber cuanto importa a la escritora. Olvide cuanto a él toca, y háblenos de lo que desean saber los demás.» En realidad así debiera hacerse, si las presentes líneas fuesen algo más que un doloroso recuerdo. Después de los años que reposa en su sepulcro, y borrado todo rastro, no es extraño que para juzgar su obra se desee penetrar en lo oculto de su vida. Por fortuna, si son desconocidos, si para todos están olvidados los hechos y hasta la memoria de ellos, quien pretenda penetrar en lo íntimo de aquel vaso de elección, si se permite decirlo así, puede leer sus versos. En ellos se refleja su alma y el alma colectiva de su país. Transparentan las penas que la afligieron y las amarguras so-