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viriles y más sentidas: hay entre ellas prodigios de descripción y maravillas de sentimiento, cierta filosofía sutil en el fondo y dichosos atrevimientos de factura. Por aquel tiempo era también la época de esta clase de poesía. Bécquer, el inolvidable, el artista nunca bastante llorado, había dado ya la pauta del idealismo racional, y sus rimas eran repetidas por todos los labios y repercutían en todos los corazones. A este mismo género pertenecen la mayor parte de Follas novas.

Acaso no aparece tan marcada la distancia que de este libro separa al que ahora examinamos. Hay en aquél baladas que parecen como el atisbo de sentimientos que En las orillas del Sar se desarrollan y medran desmesuradamente. Así y todo, hay entre ambos una diferencia radical. En Follas novas, en medio de la melancolía de que aparecen impregnadas, encuéntrase a menudo una nota festiva, último eco de pasadas alegrías, trazo final de juveniles desenfados. Aunque el dolor es lo que resalta en ellas, no es de ordinario el dolor amargo y sombrío, sino más bien el suave reflejo de una dulce tristeza. En las orillas del Sar, todo lo contrario: inútil es buscar allí ya nada plácido ni alegre. La amargura lo domina todo. Los versos de esta colección son hermosamente bellos, pero bellos como el arrullo de la tórtola, como la caída de la hoja, como la puesta del sol. Analicémoslos.

Lo primero que resalta en este libro es la forma peculiarísima en que está escrito. A semejanza de esa