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Frías y silenciosas,
Su semblante las lágrimas.

¿Quién levantó tal tempestad de llanto
En aquella alma blanca y sin rencores
Que aceptaba serena su desdicha
Con fe, esperando en los celestes dones?
¡Quién!... El perenne instigador oculto
De la insidiosa duda; el monstruo informe
Que ya es la fiebre del carnal deseo,
Ya el montón de oro que al brillar corrompe,
Ya de amor puro la fingida imagen...
Otra vez el de siempre... ¡Mefistófeles!
Que aunque hoy así no se le llame, acaso
Proseguirá sin nombre la batalla,
Porque mudan los nombres, mas las cosas
Eternas, ni se mudan ni se cambian.