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La iglesia, el campanario, el viejo muro,
La ría en su curso varia,
Todo lo ves desde tu cénit puro,
Casta virgen solitaria.

II

Todo lo ves, y todos los mortales
Cuantos en el mundo habitan,
En busca del alivio de sus males,
Tu blanca luz solicitan.

Unos para consuelo de dolores;
Otros tras de ensueños de oro,
Que con vagos y tibios resplandores
Vierte tu rayo incoloro.

Y otros, en fin, para gustar contigo
Esas venturas robadas,
Que huyen del sol, acusador testigo,
Pero no de tus miradas.

III

Y yo, celosa como me dio el cielo
Y mi destino inconstante,
Correr quisiera un misterioso velo
Sobre tu casto semblante.