Las inquietudes vagas, las ternuras secretas
Y el temor a lo oculto tras la inmensa altura.
¡Oh, majestad sagrada! En nuestra húmeda tierra
Más grande eres y augusta que en donde el sol ardiente
Inquieta con sus rayos vivísimos las sombras
Que al pie de los altares oran, velan o duermen.
Bajo las anchas bóvedas, mis pasos silenciosos
Resonaron con eco armonioso y pausado,
Cual resuena en la gruta la gota cristalina
Que lenta se desprende sobre el verdoso charco.
Y aún más que los acentos del órgano y la música
Sagrada, conmovióme aquel silencio místico
Que llenaba el espacio de indefinidas notas,
Tan sólo perceptibles al conturbado espíritu.
Del incienso y la cera, el acusado aroma
Que impregnaba la atmósfera que allí se respiraba,
No sé por qué, de pronto, despertó en mis sentidos
De tiempos más dichosos reminiscencias largas.
Y la mirada inquieta, cual buscando refugio
Para el alma, que sola luchaba entre tinieblas,
Recorrió los altares, esperando que acaso
Algún rayo celeste brillase al fin en ella.
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