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II

— ¡Cementerio de vivos!... — murmuraba
Yo al cruzar por las plazas silenciosas,
Que otros días de gloria nos recuerdan.
¿Es verdad que hubo aquí nombres famosos.
Guerreros indomables, grandes almas?
¿Dónde hoy tu raza varonil alienta?

La airosa puerta de Fonseca, muda,
Me mostró sus estatuas y columnas
Primorosas, encanto del artista,
Y del gran hospital, la incomparable
Obra del genio, ante mis tristes ojos,
En el espacio dibujóse altiva.

Después la catedral..., palacio místico
De atrevidas románicas arcadas,
Y con su Gloria de bellezas llena.
Me pareció al mirarla que quería
Sobre mi frente desplomar, ya en ruinas,
De sus torres la mole gigantesta.

Volví entonces el rostro, estremecida,
Hacia donde atrevida se destaca
Del Cebedeo la celeste imagen,
Como el alma del mártir, blanca y bella,
Y vencedora en su caballo airoso,
Que galopando en triunfo rasga el aire.