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No murmuréis del que rendido ya bajo el peso de la vida
Quiere vivir y aun quiere amar;
La sed del beodo es insaciable, y la del alma lo es aún más.

III
 
Cuando todos los velos se han descorrido
Y ya no hay nada oculto para los ojos,
Ni ninguna hermosura nos causa antojos,
Ni recordar sabemos que hemos querido,
Aún en lo más profundo del pecho helado,
Como entre las cenizas la chispa ardiente,
Con sus puras sonrisas de adolescente,
Vive oculto el fantasma del bien soñado.