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embriagaba, como á un ser semisalvaje que era Jacobo, sin orden y al azar de la inspiración, producía brutales armonías en aquel cobre recalentado.

Cuando entonó el San Huberto, le respondió una trompa lejana.

Y fué aquello tan melancólico, que la misma gente sencilla se quedó suspensa y conmovida. El abuelo y la nieta estaban dando la mano á José que los había acompañado hasta la puerta de su casa.

—Es triste esa música—dijo Clara.

—Sí—respondió José;—parece un adiós.

José se volvió á paso largo hacia el pabellón; y en medio del camino encontró á su madre extática, con los ojos cerrados, los brazos caídos y el cuerpo vibrante y sacudido por los escalofríos, al oir aquel ruido que venía del otro, de él...

De este modo, en las dos vertientes de la colina, la tocata del castellano hacía salir á la gente de sus casas, pero si de un lado se tendían los brazos, del otro se apretaban los puños...

Las dos trompas continuaron su diálogo de cobre á través del espacio.

II

Un día estaba Antonieta mirando á su hijo. Hacía algún tiempo que se sumía con frecuencia en profundas reflexiones de las cuales era él el objeto.

Jacobo echó de ver aquel examen y se aproximó sonriente.

—Y bien, mamá, ¿qué hay en mí de nuevo?