en cuanto los ha creído dignos de un castigo tan inmundo como el que les ha infligido.
¿Sostiene simplemente que el arte debe concretarse á copiar la naturaleza, ya sea ésta baja, elevada, bella ó monstruosa?
Podríamos responderle que para eso tenemos el procedimiento fotográfico, y que nuestro buen sentido nos llevaría á emplearlo para la reprodución de los más lindos tipos, en las más lindas excenas que pudiéramos encontrar. Jamás iríamos á sorprenderlos en el momento en que se nos ocultan, justamente para evitarnos el espectáculo de sus miserias, á pretexto de que así haríamos «naturalismo».
¡Naturalismo! ¿Acaso tiene Zola tampoco el derecho de llamar así á su método de composición? No ha inventado él la teoria del realismo, ni sus obras pueden aspirar á ese título honroso. Podemos retrazar el orígen de la escuela naturalista á la más remota antigüedad del arte, siempre que nos sea permitido entender por naturalismo», un más estrecho amor á la verdad que el que vincula el enrolamiento en la escuela clásica, idealista ó romántica.
Y digo permitir, porque á causa de la falta de adjetivos apropiados, se ha dado en llamar realista á la literatura de Zola, desviando así la palabra de su sentido recto y honesto.
En efecto, los recientes trabajos de Verón han demostrado que la escultura griega, en no bajo grado, cuenta con obras que son pura y simplemente la copia de la naturaleza, sin que á su confección haya presidido el pensamiento de representar en ellas modalidades ele-