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EMILIO ZOLA.

La fiebre romantica ha declinado, y principiamos á ver claro en el fondo de ese hermoso deslumbramiento que se llamó Romanticismo. Hemos venido á la vida en época menos cargada de vapores embriagadores que la que preparó aquella revuelta literaria, y nos hallamos, por consiguiente, en circunstancias más favorables para tener opiniones imparciales.

Así, si es cierto que en momentos de debate es casi imposible hacer de los contendientes crítica severa y justa, no es cierto que el mismo motivo de turbación para el juicio exista, en momentos en que el debate no es entre dos escuelas, en que no hay innovadores y resistentes á la innovación, en que sólo se trata de la aparición de un hombre y de unos principios que afortunadamente nadie sigue.

Lo repito, y lo repito con íntima satisfacción: nadie imita á Emilio Zola. Al ménos sus imitadores no han sido tan afortunados como él, pues la autoridad se ha visto obligada á suprimir los inmundos papeles que se expendían al pueblo bajo el título de Le Boudoir, Événement Français, etc.

No se trata, pues, de crítica contra una escuela, como se pretende llamar la literatura de Zola; no hay escuela sin discípulos; no hay tal maestro; no hay tal debate. Cualquiera puede hablar sin pasión á propósito de un solo hombre, cuya acción se ejerce sobre pocas organizaciones.

Se me dirá, quizá, que empeñezco á placer la influencia de Zola, y se me poñdrá por delante la cifra de los volúmenes vendidos... Ah, mon Dieu! la piedra de escándalo de la inmoralidad es siempre un motivo de