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JORNADA XIV.


Al día siguiente, como á las dos pasado meridiano, Parelia se entretenía y gozaba enseñando á leer á sus dos hermosos pequeñuelos, que atendían sus maternales lecciones con angelical recogimiento. Era extraordinaria !a precocidad de los dos niños. Nadie lo hubiera creído, como que ya nadie educaba á los hijos en sus casas, evitándose así una incomodidad y una tarea por demás fastidiosas ó aburridas. ¿Ni qué ganaban los niños con semejantes rudimentarias é incompletas lecciones? Nada, absolutamente nada, y sí perder su tiempo miserablemente el discípulo y el maestro. Bien se sabía que, el actual hogar doméstico,—llamado así por pura antonomasia—era única y exclusivamente destinado para la comida, el tocado y el sueño; pero jamás para hacer escuela, por más cariño que en él existiese. ¡Pues vaya una soberana locura! ¡No faltaba más...!

No lo comprendía así Parelia, esa mujer que debía servir de modelo á muchas madres que se enervaban con loa adormecedores chichiaveos de los salones. Por eso era la maestra de sus hijos. Solía á veces detener su cariñoso curso de pedagogía, largo rato contemplar