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XIII.

Á remo y vela

Con la primera luz de la mañana penetramos al canál misterioso, impulsados por los largos remos, que rechinaban en las chumaceras, manejados por La Avutarda y Oscar.

Calamar á proa, con un bichero en la mano á fin de prevenir accidentes y Smith en el timón y manejando la vela para aprovechar cualquier vientito favorable, —por más que entre aquél cajón reinaba una calma desesperante,—, llevaban la vista fija en el camino á seguir, mientras yo contemplaba embelesado las altas paredes de piedra amarillosa, coronadas por las largas raices de los árboles, —que se veían casi suspendidos sobre el abismo y que enlazándose unas á otras, caian como inmensas víboras plateadas.

— El canál tuerce á la derecha, cási en ángulo, —-dijo Calamar...— parece más bien que la caleta se acabara ahí, en ese desplayado...!

— ¡Mire el desplayado,—replicó La Avutarda!...— ¿Qué no vés que es un río de piedra, portuguéz bendito?.. ¡Es se-