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EN EL MAR AUSTRÁL

estuvo véz pasada abandonado en las roquerías del Cabo de Hornos y que recogieron Vds. cuando la expedición aquella, célebre, del cútter «Froward»?

— ¡El mismo!... Ese se conchavó de torrero para Evangelistas y estuvo un turno de seis meses, ganandose 600 pesos; pués, con todo, no quiso volver más. ¡Cómo seria la cosa! El que va una véz, no se reengancha ni á palos. Dicen que el ruido del mar es tan grande, que los hombres se quedan sordos para siempre algunas veces y otras por trés ó cuatro meses. El vapor «Yañez» —ese que vimos fondeado en Punta Arenas— atiende al servicio exclusivo del faro, que el gobierno chileno cuida de un modo especial. Cada trés meses vá con víveres y correpondencia, se mete en una de esas caletas de la costa y espera un dia de poco viento y de mar tranquila —como puede serlo allí, por supuesto. Se acerca y los del faro dejan caer una jáula de madera —que se maneja con un guinche. En ella viene todo lo que quieren mandar á tierra y los del vapor la cargan con lo que llevan. Tienen que andar listos, así mismo, porque no es juguete estarse allí sobre las máquinas. Después de esto, yá no vuelve a saberse nada de los del faro ni estos vén gente, hasta el otro viaje, en que ván en la jaula junto con las provisiones, los trés hombres que relevarán a los que han estado desterrados médio año. El relevo lo hacen por mitád. La construcción de ese faro, honra á Chile y es una muestra de su civilización, pués no sirve tanto á sus intereses como á los de la humanidad entera.

— ¿Y la lúz del faro se vé de léjos?

— Cási á veinticinco millas. Decía mi compadre Dón Queco, que los albatros, las gaviotas, los alciones, los petreles y todos los pajaros del mar, se ván de noche en bandadas sobre el foco y que cási no pasa ninguna en que dós ó trés no se rompan la cabeza contra la lente, que es su