— Esto no es nada, —repuso Smith— ¡Si viera la entrada del Estrecho, allá, en la Isla de los Evangelistas, frente al Cabo Pilar!... ¡Aquello es tremendo! Figúrese el oleaje rompiendo contra un cono acantilado, que se alza á cincuenta métros sobre el mar, que allí no dá fondo ni tiene valla que lo ataje y que alcanza cási hasta la cumbre, a poco que el viento le ayude. Le aseguro que es terrible y que el único punto que puede comparársele, es el Cabo Pilar, que queda en frente, una punta aguda que forma la entrada del Estrecho. Azota el mar con tanta furia y la corriente es tán grande, que á veces las ballenas, cuyo empuje en el agua puede imaginarse, son arrebatadas y estrelladas contra la costa, encontrándose luego sus cadáveres boyando y blanqueando de gaviotas y gaviotines, que se entregan, en médio de gritos alegres, á banquete interminable.
— ¿Y qué hay en esa isla de los Evangelistas?... ¿Hay población?
— ¡No!... ¡Qué vá á aber!... ;Si es un peñón que se levanta aislado: es un' faro chileno que marca la entrada del Estrecho. Viniendo, hay que dejarlo á la derecha, pués sinó vá á dar uno contra las rompientes de la costa: allí las roquerías salen muy afuera y el sudoeste arrasa como aquí. Este maldito viento es el azote del Estrecho y de toda la parte austrál, sobre el Pacífico.... Para contrarrestarlo hay que bajar cási hasta las tierras polares, como doscientas millas al súr y tomar allí, recién, los vientos contrarios.
— Me dijo véz pasada mi compadre Dín Queco, interrumpió La Avutarda, que la vida en Evangelistas es un martirio atro<: él estuvo de torrero y dice que cási se enloqueció y eso que no es hombre delicado, como lo sabemos.
— ¡Yá lo creo! ... ¿Dón Queco es aquel italiano flaco, que