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CROQUIS FUEGUINOS

árido: las rocas rojizas, que parecen mostrar aún en su superficie las huellas de las revoluciones geológicas que han atravesado, no sirven de refugio á un ave, ni de asidero á un vegetal.

El viento salino del Océano reina omnipotente y arrastra sobre sus alas todo lo que puede contener un gérmen de vida: las rocas peladas, relumbran como bruñidas por el viento que las barre.

Franqueado ei canál Cockburn y abierto ante nosotros el de Brecknock, mi espiritu se sobrecogió de espanto: recién el mar con su vóz tonante habló á mi oído y se presentó á mi vista revestido de toda su grandeza imponente.

Las ólas enormes, empujadas por el sudoeste, que reinaba furioso, venian á azotar los islotes de la entrada que parecen ser partículas del continenle desprendidas por el oleaje incesante.

Se elevan como montañas y chocando con otras, formadas por las corrientes encontradas, se alzan, después de un estallido. en verdaderas columnas de espuma blanca, sobre el flanco de un peñasco abrupto que poco á poco carcomen, ó sóbre una roquería caprichosa que ya asoma su cabeza deforme ó ya la oculta, semejando á un gigante médio sumergido que se complaciera jugando á las escondidas, mecido por el viento que silba á través de las ondas como impaciente por alcanzar la costa desolada.

— ¡Yo no he visto jamás, — dijo La Avutarda,— un lugar más triste ni más miserable que éste! ¡DA miedo, amigo, mirar á los costados!... Fijate, muchacho: no se vé ni un árbol, ni un pasto. A veces, en alguna hondonada, suele arraigar un arbolito y los gajos que nacen para el lado

del sudoeste se doblan sobre el tronco y corren en favor de él: por eso es que parecen hombres mancos; la ramazón la tienen solamente de un lado.