
X.
Murmullos y centelleos
Con los primeros rayos del só1, levamos el áncla en la madrugada siguiente y abandonamos la caleta hospitalaria, recibiendo, al salir al canál, un vientito fresco que infló nuestras velas y parecía empujarnos cariñosamente hácia adelante.
Por todas partes donde uno tendía la vista. veía las huellas de la tempestad: ya eran los montones de espuma blanca pegados contra las rocas de la costa a altura considerable, yá las fajas negruscas de la resaca formada por los desgastes que el agua recoge en su largo trayecto y vá sembrando poco á poco sobre las pequeñas playas escondidas ó yá los pelotones de álgas arrancadas por las corrientes y que vagan al capricho de las ólas, siguiendo su ritmo.
Oscar, que iba sentado cerca de la borda, metió derrepente la mano en el agua y extrajo unas hojas que boyaban.
— Vea qué álgas bonitas! Cada hoja parece de seda. Son como de goma y las hay blancas, amarillas, rojas como