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EN EL MAR AUSTRÁL

— ¡Dígame,— dijo Calamar,— ese Dón Perico es un gallego viejo, que tiene una verruga en un ojo y es medio tartamudo?

— ¡Eso es!

— ¡Buena ficha! ... Ese estaba también en Slóggett cuando el asunto de Guillermo, que les iba contando. El viento comenzó á soplar de una manera tremenda y nunca he visto una mar más bravo; las Olas casi llegaban arriba de la barranca y barrían la costa con una fuerza infernal, haciendo chicotear la cortina de raíces de arbol que, como saben, cae de arriba, chorreando el agua de las filtraciones. Derrepente, vimos, un poco ántes de cerrar la noche, que una chalupa se desprendia del costado de una goletita como de veinte toneladas que estaba anclada en la costa y que se dejaba venir. Nosotros nos dimos cuenta: el barco estaría mál y los hombres le abandonaban. Mál consejero es el miedo. ¿eh?... ¡Bueno!... Al otro día, cuando aclaró, la goletita, que había sido arrastrada por el mar, estaba encallada como a dós cuadras tierra adentro, habiendo subido la barranca que tiene como quince métros en ese punto. Solamente uno de los tripulantes se había salvado; era el vasco Guillermo. Dice que cuando vió mal el buque y que el viento no amainaba, comenzó a beber róm y que recuerda haberse caído cerca de popa, sobre una vela. Después no supo nada más. Los compañeros, seguramente, le abandonaron no pudiéndole llevar en la chalupa y eso le salvó, pués ellos, con los restos de la embarcación estaban acostados para siempre sobre aquel arenAl que hay antes de llegar á la boca del cañiadón! ¡Esa si que fué tormenta!

— ¿Qué carga la del vasco, eh? dijo La Avutarda.... Yo siempre he creído que los borrachos tienen un Diós que nunca les olvida ni se duerme!

— ¡Vé, — exclamó Oscar, ya paró el agua! ... Ahora vá á aclarar!